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lunes, 6 de abril de 2015

PRESENCIA DE SATAN EN EL MUNDO MODERNO: Capitulo 5 (Continuación)



Casos de posesión en los
Siglos XIX y XX continuacion

—Debiste obedecer a Dios, pero elegiste tu desgracia. Preferiste ser un espíritu de las tinieblas. Retírate de la luz y vete a las tinieblas que te han sido preparadas.
—Mi hora no ha llegado todavía: ¡no iré! . . .
Tomando entonces una vela bendecida por el Santo Padre, el exorcista insistió:
—Orgulloso Satán, te pongo esta vela sobre la cabeza para indicarte el camino del Infierno. Esta es la luz de la Iglesia católica y tú eres el espíritu de las tinieblas. Sí, regresa al Infierno para reunirte allí con los compañeros a los cuales perteneces.
— ¡Me quedo aquí, porque se está bien, mientras que en el Infierno no se está bien! . . .
Para terminar, el padre tomó en sus manos una pequeña imagen de la Virgen María:
— ¿Ves a la Santísima Virgen? ¡Una vez más Ella va a aplastarte la cabeza! Ella va a marcarte y a imprimirte en el pecho los nombres de Jesús y María, para que te quemen eternamente. . . Entonces ¿no quieres ceder? Te lo he ordenado en nombre de Jesús, en nombre de la Iglesia católica, en nombre de Su Santidad el Papa, en nombre del
Santísimo Sacramento. ¡Permaneces sordo a la voz del sacerdote!
¡Pues bien, Satán! ¡Ahora, es la Madre de Dios quien te lo ordena!
Ella te ordena que salgas de aquí. ¡Espíritu impuro, huye del rostro de la Inmaculada Concepción! ¡Ella te ordena que te marches! . . .
Mientras tanto todos los asistentes se pusieron a rezar el Memorare, en latín.
Súbitamente, con una voz poderosa de bajo, el diablo exclamó:
— ¡Pues bien! ¡Me marcho!.. .
Se vio entonces al pobre poseso enroscarse como un gusano que se aplasta. Se oyó un crujido sordo. El niño se aflojó, se inclinó y cayó sin conocimiento. ¡El demonio había partido! El espectáculo era impresionante para los testigos horrorizados.
Habían visto un instante antes el rostro de Thiébaut enrojecido, amenazador, lleno de ira, y habían oído las respuestas arrogantes de Satán.
Y luego el niño reposaba, en un sueño que duró una hora. Estaba liberado. Cuando le presentaron al Cristo, cuando lo asperjaron con el agua bendita no tuvo más reacción. Se dejó llevar lentamente a su cuarto. Al cabo de cierto tiempo se despertó, se frotó los ojos, se mostró asombradísimo al ver a su alrededor a tantas personas que no conocía.
— ¿Me reconoces? — le preguntó el abate Schrantzer que había hablado con él el día anterior.
— ¡No —repuso el niño—; no lo conozco!
La madre se hallaba presente. Lanzó un grito de alegría. Su
Thiébaut que había estado sordo por obra del demonio oía ya normalmente y estaba liberado. Todos los presentes alabaron a Dios por haber dado a su Iglesia un poder tan grande. La madre y el niño regresaron a Illfurth, con la esperanza de ver liberado pronto, a su vez, al segundo de los posesos.
La liberación de Joseph
Lo curioso era que al regresar a su casa Thiébaut no recordaba nada. Los cuatro años que acababa de vivir en estado de posesión se habían borrado de su memoria. No reconoció al cura, el muy piadoso abate Brey, a quien se comparaba con el cura de Ars y que tenía, como éste, decían, infestaciones diabólicas. No recordaba haber visto la nueva alcaldía. Había llevado de Estrasburgo medallas benditas que regaló a su hermano. Pero Joseph las arrojó al suelo diciéndole:
— ¡Guárdatelas! ¡Yo no las quiero!
— ¿No se ha vuelto loco? — observó Thiébaut a su madre. Esta se guardó bien de decirle que él también había pasado por ese estado.
El niño no se acordaba de nada.
El miércoles 6 de octubre de 1869, el joven poseso gritó de pronto:
—Mis dos camaradas — comprendieron que se trataba de Oribas y de Ypés, los dos demonios echados de Thiébaut — son dos cobardes.
Ahora soy el amo y el más fuerte. No me iré de aquí hasta dentro de seis años. Me río de los clerizontes.
— ¿Eres entonces tan fuerte? —preguntóle el alcalde, señor Tresch, excelente cristiano.
—Ciertamente — repuso —, me gusta estar aquí donde me he instalado muy bien. Me establezco en un dulce nido y no lo dejo sino cuando me place . . .
Sin demora, no obstante, el abate Brey había pedido al obispo la autorización para practicar el exorcismo. Mientras Thiébaut había vuelto a ser el niño bueno de antes; iba a la iglesia y al colegio, se confesaba y no se acordaba más de sus cuatro años de posesión, el estado de Joseph no cesaba de empeorar. Por fin llegó la autorización del obispado y el cura fijó para el 27 de octubre el exorcismo.
Se guardó sin embargo el secreto para evitar la multitud. Era un domingo. Fueron convidados solamente algunos testigos y la ceremonia se desarrolló en la capilla del cementerio de Burnkirch, a un cuarto de hora de la aldea. Estaban presentes, con el alcalde, señor Tresch, los padres del niño, el maestro, el jefe de estación, la directora del colegio de niñas, el profesor Lachemann, los señores Spies y
Martinot.
A las seis de la mañana, cuando empezó la misa, el poseso se puso a golpear con el pie y a revolverse en todas direcciones. Hubo que atarle los brazos y las piernas. No habían terminado las oraciones al pie del altar cuando el niño logró desatarse y arrojar las correas, de un puntapié, sobre el oficiante. El señor Martinot lo tomó entonces fuertemente sobre sus rodillas. Se puso entonces a lanzar gritos desarticulados gimiendo como un perrito, gruñendo como un marrano.
Ante la sorpresa de los presentes, con todo, se quedó quieto desde el
Santus hasta el final de la misa.
Habiéndose quitado las vestiduras litúrgicas y vestido con sobrepelliz y la estola, el cura inició entonces el exorcismo. Llegado el diálogo ritual con el Demonio, el abate Brey le ordenó que dijese cuántos eran:
— ¡No necesitas saberlo! —repuso éste secamente. Y como el sacerdote volvía a insistir le espetó el nombre de Ypes, uno de los demonios que habían poseído a su hermano.
Durante la lectura del Evangelio de San Juan, el poseso gritaba:
— ¡No me iré! . . .
Y llovían las injurias contra el exorcista. Tres horas consecutivas continuó la lucha. Los presentes empezaban a cansarse, a descorazonarse. Pero el buen cura, agotado él también y empapado de sudor, los exhortaba a no cejar. Durante este tiempo el alcalde, señor Tresch, tenía al niño. Exhausto, se lo pasó al profesor Lachemann, y el Diablo exclamó:
— ¿También estás tú ahí, cara chata? . . .
Mientras tanto el cura, arrodillado delante del altar, había rezado un instante y prometido una novena de acción de gracias si el exorcismo
Bajando del altar dijo al niño:
— ¡Te conjuro, en nombre de la Inmaculada Virgen María de abandonar a ese niño! . . •
— ¡Por qué tendrá que venir éste ahora —replicó Satán iracundo— con su Gran Dama! ¡Me veo obligado a partir...
Ante estas palabras una emoción estremecida se desató entre los concurrentes. Todos comprendieron que iba a producirse la liberación y que era por obra de la Virgen María. El abate Brey reiteró la conminación:
— ¡Me voy —aulló el demonio—, me voy a una manada de cerdos! . ..
— ¡Al Infierno! —ordenó el sacerdote.
—Quiero ir a una manada de gansos — suplicó el diablo.
— ¡Al Infierno! —repitió el sacerdote que cada vez renovaba el conjuro ritual.
—No conozco el camino — dijo Satán —. ¡Me voy a una mana de ovejas! . . .
— ¡Al Infierno! . . .
— ¡Ahora tengo que irme por fuerza! — exclamó el diablo.
Con estas palabras el niño se volvió a derecha e izquierda aflojando los músculos, hinchó los carrillos y tuvo un último espasmo convulsivo, luego recayó, quedándose súbitamente silencioso e inerte.
Lo desataron y sus brazos cayeron sin vida, su cabeza colgando hacia atrás. Pero esto duró sólo un instante. Se le vio estirarse como un hombre que se despierta, abrir los ojos que había tenido cerrados durante todo el exorcismo y se mostró muy sorprendido de verse en una capilla con tantas personas a su alrededor.
Desde el principio el demonio había dicho: Si me veo obligado a partir, marcaré mi partida rompiendo algo." El rosario que le habían puesto al niño alrededor del cuello y el cordón de la pequeña cruz pectoral estaban hechos pedazos. Y sin embargo, con los pies y los brazos atados no era él quien había podido romperlos.
La escena que acabamos de relatar había conmovido a todos. Se cantó el Te Deum, las letanías de la Virgen, el Salve Regina. Las voces estaban entrecortadas por sollozos. El abate Brey se sintió más de una vez como paralizado por la emoción y las lágrimas.
¡Testimonio único en el mundo! Queda en el pueblo de Illfurth cerca de la plaza, en un jardín, sobre el solar de la casa de los dos posesos, destruida en la actualidad, un bello monumento que perpetúa el recuerdo de los hechos que acabamos de contar. Es una columna alta, salpicada de estrellas y que tiene en la cúspide la imagen de María Inmaculada.
En el pedestal se lee, en latín, la frase siguiente que traducimos:
En recuerdo perpetuo de la liberación de los dos posesos, Théobald y Joseph Burner, obtenida por la intercesión de la Bienaventurada
María Inmaculada, el año del Señor 1869, Levantado en 1872, por suscripción, este monumento es cuidadosamente mantenido en la actualidad.
El caso de Héléne Poirier
Antes de abordar en este capítulo el caso notable de la embrujada de Plaisance, citaremos todavía muy brevemente algunos otros casos y en primer lugar el de Héléne Poirier. Esta persona, excelente por otra parte, soportó pruebas aterradoras. Murió a la edad de ochenta años, en 1914. Sus desventuras demoníacas han sido contadas en detalle por el canónigo Champault, en un libro intitulado Una posesa contemporánea (1834-1914) (París, Téqui). El autor del libro disponía de una documentación precisa y completa. Dirigía entonces una institución en Gien (Loiret) y había sido él mismo testigo ocular de una buena parte de los hechos que relata. Además tenía en su poder el expediente voluminoso de dos curas que se habían sucedido en la parroquia de Coullons, a la que pertenecía la posesa. Y por añadidura el canónigo Champault tuvo a su servicio a esta persona durante varios años y no la perdió de vista hasta su muerte.
¿Quién era, pues, Héléne Poirier? Una excelente muchacha del campo que ejercía la profesión de lencera. No sabríamos decir por qué esta honesta mujer fue sometida, con el permiso de Dios, a una serie de vejaciones diabólicas. Fue sucesivamente obsesionada y poseída.
Sabemos que estos dos vocablos indican diferentes grados de manifestaciones diabólicas. Si podemos atribuir a esta clase de hechos una finalidady sin la cual Dios no podría permitirla, es probable que la Providencia entiende mostrarnos de este modo los terribles peligros a los cuales estaríamos expuestos si los demonios tuvieran el campo libre. Sabemos que no tienen permiso de hacer todo lo que quieren.
Felizmente para nosotros, los pobres humanos.
Pero volvamos a Héléne Poirier. Su vida está, por decirlo así, tejida de pesadas bromas demoníacas, de vejaciones, de golpes, de
traslaciones, etc., etc. Fue literalmente poseída, durante seis años, y por lo menos dos veces. Las dos veces fue sometida al exorcismo. En los intervalos, recaía en obsesiones más o menos violentas. Fué, en cierto sentido, víctima del demonio y mártir de su crueldad durante la mayor parte de su existencia.
En ella se verificó, por lo demás, lo que el abate Saudreau nos enseñó; a saber, que el coraje y la paciencia de los posesos pueden trocarse para ellos en fuente de gracias eminentes.
En la segunda parte de su vida, en efecto, Héléne Poirier fue favorecida, paralelamente con los ataques del Demonio, por consolaciones maravillosas, intervenciones de su ángel guardián, visiones de la Santísima Virgen y del mismo Jesucristo.
Para darnos una idea de la violencia de las persecuciones infernales, en el caso de ella, estamos frente a hechos innumerables de los cuales damos una muestra.
Cuando vivía con su madre, en la más extrema pobreza, Héléne recibía de su enemigo invisible, ante los ojos de su madre impotente, cachetadas, puñetazos, puntapiés, y hasta sufría tentativas de estrangulación.
Y no eran estas ilusiones ni imaginación porque sus brazos, su rostro, sus piernas mostraban a veces, durante semanas, los rastros del mal tratamiento que le infligían.
El Diablo se mostraba a ella bajo las formas más horribles. La aplastaba con su peso, la arrojaba al suelo — esto un número incalculable de veces —, le soplaba en la cara.
Las traslaciones fueron muchas: consistían en que Héléne se veía asida del cabello, siempre por una fuerza invisible, arrastrada por la habitación donde se encontraba, levantada del piso y finalmente arrojada, media estrangulada, sobre su cama. Cierta vez, hasta llegó súbitamente a ser asida por la cabeza y llevada por encima de las casas vecinas en un recorrido de cuarenta metros.
Por la noche, le ocurría con frecuencia lo que hemos visto a propósito del cura de Ars: un espíritu infernal sacudía rudamente los cortinajes de su cama, hacía deslizarse las varillas de una punta a la otra en ambos sentidos y esto durante horas. Héléne pedía auxilio. Llegaban las gentes. Hubo hasta veinte testigos ante los ojos de quienes las cortinas del lecho sufrían los fenómenos indicados.
Y los nombres de estos testigos están citados, para que no tengamos duda alguna sobre la realidad de los hechos.
i SI Héléne Poirier ha sabido santificarse a través de tanta miseria, más de uno de nosotros suplicará a Dios de no conducirlo a la santidad por este camino aterrador y bárbaro!
Otros dos casos de posesión
En el libro que consagró a los posesos de Illfurth, el canónigo
Frangois Gaquére relata también, con muchos menos detalles, el caso de otros dos posesos, acontecido en fecha un poco más reciente. Nos limitamos a indicarlos brevemente.
Primeramente se trata de una joven africana de raza cafre, Claire-
Germaine Cele, de Natal, África del Sur, de diecisiete años y que fue poseída dos veces y dos veces liberada, la primera mediante el exorcismo del 10 de septiembre de 1906, y la segunda por el 24 de abril de 1907. Esta joven indígena, bautizada en la cuna, había sido educada por las religiosas de la Misión. La familia estaba desunida por los malos entendidos. Se desarrollaban frecuentes querellas. La joven, de salud muy delicada, se mostraba muy lunática. Después de la primera comunión no tardó en abandonar la práctica de los sacrame- ntos. Sus ojos se iluminaban con un brillo sombrío. Por las noches se agitaba; se la oía gritar como demente: "¡Estoy perdida! ¡He hecho una confesión y una comunión sacrílegas! ¡Voy a ahorcarme!... Cierto día entregó al padre Erasme, misionero, una nota en la cual le decía ¡que estaba vendida al diablo! El 20 de agosto de 1906 se mostró más atormentada que de costumbre. Rechinaban los dientes, ladraba como perro, pedía auxilio.
—Hermana —clamaba—, ¡haz venir al padre Erasme! Quiero confesarme y decirlo todo. Pero pronto, porque el demonio quiere matarme. Me domina. No tengo nada bendito y he perdido todas mis medallas. . . Hasta ahí podía creerse en simples crisis de demencia. Pero varios síntomas muy definidos demostraron que se trataba, por cierto, de una posesión. Germaine tenía horror por todos los objetos benditos y los rechazaba diciendo que la quemaban. Conocía cosas lejanas y secretas. Comprendía todos los idiomas que se le hablaban y repetía en latín largas fórmulas del Ritual, y hasta corregía los errores de los demás en esta recitación. El demonio que la habitaba era muy charlatán y se dedicaba a revelar la conducta íntima y los pecados secretos de los presentes, lo cual hacía huir a la mayoría.
Ante las invocaciones de Jesús y María entraba en furor. Con respecto a la pobre posesa mostraba la más cruel diversidad de acción.
Ora la levantaba por los aires, sin que fuerza alguna pudiera retenerla, ora hinchaba su pecho o su vientre, ora su cabeza cobraba una apariencia monstruosa, sus mejillas se inflaban como globos, su cuello se alargaba y un bocio espantoso aparecía. Bajo la piel se le formaba una bolilla que circulaba a través de todos sus miembros. Otras veces se arrastraba por el suelo a modo de serpiente, sacando velozmente la lengua. Y sin embargo bastaba con una aspersión de agua bendita o una bendición de algún sacerdote para hacer cesar todas estas vejaciones.
En total el espectáculo de esta posesión y de sus manifestaciones tuvo, para muchos espectadores, el efecto más eficaz. Se produjeron conversiones y la piedad creció en muchas personas. Los exorcismos que por dos veces liberaron a la desgraciada, demostraron el poder de las oraciones de la Iglesia. El supremo exorcismo fue realizado por el obispo en persona, monseñor Henri Delalle, Oblate de diablo no había vuelto. Su prueba se terminó, pues, como la de los niños de Illfurth, que tampoco volvieron a ser atormentados, pero que murieron jóvenes también: el mayor, Thiébaut, a los dieciséis y el segundo, Joseph, en 1882, a los veinticinco años.
Las posesas de Phat-Diem
El segundo caso de posesión relatado por el canónigo Gaquére fue un fenómeno colectivo. Los hechos han sido consignados en el excelente
Bulletin de la So cié té des Missions etrangéres de Varis (Boletín de la Sociedad de las Misiones Extranjeras de París), publicado en
Hong Kong, en el transcurso de los años 1949-1950. El autor de los artículos era monseñor de Cooman, actualmente vicario apostólico de Thanhoa. Las posesiones en cuestión habían ocurrido, en 1924-25, en Phat-Diem, en la provincia de Nonh-Binh, en Tonkín.
La primera víctima fue una novicia joven del convento de las
"Amantes de la Croix", una congregación indígena. La cosa se inició con ruidos violentos, golpes asestados a la novicia por una mano invisible, piedras y palos arrojados no sólo a Marie Dien, la novicia en cuestión, sino sobre las personas que acudían en su ayuda.
¿De dónde podía provenir tal persecución?' No siempre puede saberse en los casos de posesión. Daremos más adelante ejemplos en los que el origen de la posesión se hace ver con evidencia: intervención de brujos que tienen un pacto con el Demonio. En el caso de Germaine Cele, que acabamos de resumir, se trataba de comuniones sacrílegas. En el de los dos posesos de Illfurth, se había hecho la conjetura de la intervención de una mujer sospechosa de brujería que había hecho comer una manzana a los niños. En el de Marie Dien, había un joven de veinte años llamado Minh que había hecho un peregrinaje a una famosa pagoda pagana, la de Dén-Song, para pedir a los "genios" la mano de la joven. El 22 de septiembre de 1924 el diablo, al mismo tiempo que golpeaba a Marie Dien en el rostro y la boca, le dijo:
— ¡Ya va la tercera vez que vienen a la pagoda para pedir tu mano! ¡Terminaré por hacerte mía!
Las persecuciones más extrañas se produjeron, en efecto, durante cerca de dos años, sembrando el terror entre las novicias: ruidos horribles, cantidad de proyectiles que venían de no se sabía dónde, tales como piedras, pedazos de maderos, papas, botellas vacías, o si no chillidos de pájaros, relinchos de caballos, cornetas de autos, portazos, risas sarcásticas o sollozos desgarradores, estallidos de truenos, en una palabra, todo lo que ya hemos visto en Ars en las infestaciones a las cuales fue sometido el abate Vianney.
Pero lo más grave fue que otras novicias sufrieron ataques a su vez. Fue en el convento como un contagio estrambótico. Las novicias se trepaban sobre los "aréquiers", especie de palmeras de tronco fino que se elevan hasta ocho o diez metros de altura. Para contrarrestar esta manía hubo que colocar pequeños crucifijos en los troncos de los árboles. Hubo huidas tan inconscientes que las novicias no se acordaban, a renglón seguido, de nada. Pero la presencia del demonio se manifestó claramente por el conocimiento de los idiomas y de secretos imposibles de ser penetrados en forma explicable. Finalmente se decidió realizar los exorcismos. No eran menos de catorce posesas, lo cual hace pensar en el caso histórico de las Ursulines de Loudon, en el siglo XVII. La batalla fue larga y dura. El diablo partía, pero volvía en forma más aterradora. La perseverancia de los exorcistas lo venció por fin. En el mes de diciembre de 1925 el noviciado de Phat-Diem encontró de nuevo la paz definitivamente. En 1949, cuando relataba estos hechos, monseñor de Cooman comprobó que una paz bienhechora y el fervor más notable reinaban ininterrumpidamente en el convento de las "Amantes de La Croix". Tres de las antiguas posesas habían sido excelentes superioras del convento. Marie
Dien misma, la primera perseguida, había ejercido después a la perfección las funciones de maestra de novicias en el convento de Thanhoa, y murió allí con los más altos sentimientos de piedad, el
6 de agosto de 1944. Estas religiosas, actualmente en número de trescientas profesas, se refugiaron, en su mayor parte, en el Vietnam del Sur donde continúan su admirable apostolado.