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lunes, 4 de enero de 2016

Podemos pedir cualquier cosa en el Nombre de Jesús



                               
   Este Nombre Divino es en verdad una mina de riquezas. Es tan poderoso, que nunca falla al producir en nuestras almas los más maravillosos resultados. Consuela el corazón más triste y hace fuerte  al pecador más débil. Nos obtiene toda clase de favores y de gracias, tanto espirituales como temporales.

   Los Ángeles son nuestros  más queridos y mejores amigos y siempre están listos para ayudarnos en cualquier dificultad o peligro.

   Es muy lamentable que muchos Católicos no saben amar ni pedir ayuda a los Ángeles. La manera más sencilla de hacer esto es decir el Nombre de Jesús en su honor. Esto les da una alegría muy grande. En agradecimiento  nos ayudarán en todos nuestros problemas y nos protegerán de muchos peligros.

   Digamos el Nombre de Jesús en honor de todos los Ángeles, pero especialmente en honor de nuestro querido Ángel guardián, quien tanto nos ama.

    Podemos consolar a nuestro dulce Señor diciendo: “Mi Jesús, te amo y te adoro en todas las Hostias Consagradas del mundo, y te agradezco con todo mi corazón por quedarte en  los altares para amarnos”. Luego di veinte, cincuenta o más veces el Nombre de Jesús con esta intención.

   Podemos hacer una perfecta penitencia por nuestros pecados ofreciendo la Pasión y Sangre de Jesús muchas veces al día por esta intención.

   La Preciosísima Sangre purifica nuestras almas y nos eleva a un alto grado de santidad. ¡Todo esto es tan fácil! Solamente tenemos que repetir amorosamente, alegremente, reverentemente, “Jesús, Jesús, Jesús”.

   Si estamos tristes o abatidos, si estamos preocupados, con miedos y dudas, este Nombre Divino nos dará una paz encantadora. Si somos débiles y vacilantes, nos dará nuevas fuerzas y energía. ¿Acaso no se pasó Jesús, aquí en la tierra, consolando y confortando a todos aquellos que estaban tristes? Él continúa haciéndolo todos los días para aquellos que se lo piden.  

   Si estamos sufriendo débil salud,  si estamos en dolor, si alguna enfermedad está apoderándose de nuestros pobres cuerpos, Él puede curarnos. ¿Acaso no curaba a los enfermos, a los cojos, a los ciegos, a los leprosos? ¿Acaso no nos dijo, “Vengan a Mí, todos los que sufren, y llevan pesadas cargas, que Yo los aliviaré? Muchos podrían tener buena salud si sólo se lo pidieran a Jesús. Por todos los medios consulta doctores, usa remedios, pero sobre todo llama a Jesús.

   El Nombre de Jesús es el más corto, el más fácil, el más poderoso de todas las oraciones. Nuestro Señor nos dice que cualquier cosa que le pidamos al Padre en Su Nombre, es decir, en el Nombre de Jesús, lo recibiremos. Cada vez que decimos, “Jesús”, estamos diciendo una ferviente oración para todo lo que necesitemos.

   También  podemos fácilmente ayudar a las Almas del Purgatorio si decimos con frecuencia el Santo Nombre de Jesús. Teniendo  la costumbre de repetir frecuentemente este  Santo Nombre, podemos, como Santa Matilde, liberar miles de almas, quienes después de esto nunca cesarán de rezar por nosotros con indecible fervor.

   Por tanto, debemos hacer lo posible para formar el hábito de decir: “Jesús, Jesús, Jesús”, frecuentemente todos los días. Podemos hacerlo mientras nos vestimos, mientras trabajamos, cuando caminamos, en los momentos de tristeza, en la casa y en la calle, en todos lados. Nada es más sencillo si solamente lo hacemos metódicamente. Podemos decirlo incontables veces todos los días.  

Lejos de ser una carga, será una alegría inmensa y una gran consolación.
   Cada vez que decimos “Jesús”, con devoción:

1.- Le damos a Dios gran gloria
2.- Recibimos grandes gracias para nosotros mismos
3.- Ayudamos a las Benditas Almas del Purgatorio.

  Acostumbramos agradecer a nuestros amigos muy efusivamente cualquier pequeño favor que recibimos, pero olvidamos o somos negligentes para agradecer a Dios por Su inmenso amor por nosotros, por hacerse hombre, por morir por nosotros, por todas las Misas que podemos escuchar y por la Santas Comuniones que podemos recibir –y no recibimos. ¡Qué negra ingratitud!

   Repitiendo con frecuencia el Nombre de Jesús, corregimos esta grave falta y agradecemos a Dios y le damos grande gloria y alegría
  ¿Deseas darle una gran alegría a Dios?

   Entonces, querido amigo, agradece, ¡agradece a Dios! Él lo está esperando.

   (The Wonders of the Holy Name by Father Paul O´Sullivan, O.P.