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viernes, 15 de abril de 2016

¡NO ESTOY EN LA LISTA! (Una pequeña historia de clérigos)




 “NO ESTOY EN LA LISTA” (Una pequeña historia de clérigos)


  El padre Abad decidió organizar turnos para atender a los enfermos. Puso una lista en uno de los claustros del monasterio con el nombre del encargado, fray Benigno y de otros tres frailes que serían ayudantes del enfermero.

  Aquel invierno fue especialmente frío. La gripe explotó con más violencia que de costumbre. De entre los 20 miembros de la comunidad, cayeron en cama, al mismo tiempo 6 frailes.

  Fray Benigno y sus tres ayudantes tenían trabajo todo el día. Preparar y llevar el desayuno, la comida, la cena, para 6 personas, un día sí y otro día también, no resultaba fácil. Los “enfermeros” después de una semana de trabajo, estaban cansados.

  Fray Benigno decidió pedir ayuda a otros frailes. Se acercó a fray Justino, un sacerdote cumplidor, bueno,  quizá  un poco   escrupuloso. Le saludó  como era costumbre en  el   convento. Luego le  dijo: “¿Podría usted ayudarnos a mediodía para llevar la comida a dos de los enfermos? Así permitiríamos  que fray Prudencio descanse un poco, pues ya lleva muchos días de trabajo”.
 Fray Justino tuvo un deseo espontáneo de dar el sí que se le pedía. Pero se lo pensó dos veces, hizo una especie de cálculo mental, y dijo estas sencillas palabras:

“No estoy en la lista de enfermeros”.
Esa noche fray Justino tuvo un sueño. El padre abad y los demás frailes estaban alrededor de su cama, mientras su espíritu volaba al cielo. Llegó a una sala de espera bastante grande, con un cartel escrito con letras muy hermosas: “sección frailes”. Fray Justino pensó que ya tenía el cielo asegurado. A lo lejos vio una especie de mostrador donde San Pedro trabajaba afanosamente. A su lado había algunos ángeles auxiliares, que iban y venían hacia las diversas secciones para conducir, uno a uno a los que allí estaban esperando.

  Llegó a la sala de frailes, y se llevó a un anciano que había esperado unos diez minutos. Luego volvió y tomó a un fraile joven, y también lo condujo al paraíso. Fray Justino vio que llegaba otro fraile después de él, y luego otro, y luego otro. El ángel iba y venía. Cuando ya había llamado a los frailes que habían llegado antes de fray Justino, llamó al que había llegado después.

  Nuestro Justino se puso nervioso, pero pensó que habría sido algún error. Volvió el ángel, y llamó al otro. De Justino, ni caso.
  Cuando volvió el ángel, no dirigió la palabra a Fray Justino. Este no pudo aguantar más y le preguntó: “Disculpe usted, ángel emisario, creo que ya me toca pasar al paraíso”. El ángel le miró extrañado, le preguntó su nombre. “Fray Justino” fue la respuesta.

  El ángel voló al mostrador de San Pedro. Después de revolver algunos papeles y hacer algunas consultas, volvió triste. “Lo siento mucho, pero usted no está en la lista”.

  Fray Justino despertó. Un sudor seco corría por su frente. Todo había sido un sueño.

  Comprendió muy bien que podría llegar a ser una realidad.  Esa misma mañana fray Benigno lo encontró en la cocina, estaba preparando el alimento de los enfermos.

  Fray Justino no decía nada, pero con sus ojos quería pedir disculpas, pero ya lo estaba haciendo con sus actos.

  Mientras en el cielo, una estrella juguetona empezaba a bailar de alegría. Y un petirrojo cantó con más brío que el coro de los frailes los días de fiesta.

                                                            -o-

  Por amor a Nuestro Señor Jesucristo y a nuestra Madre Santísima, nosotros pobres ovejas necesitamos encarecidamente sacerdotes católicos sin compromisos humanos que se apunten en la lista.  Los enfermos somos muchísimos y vemos con mucha tristeza que los enfermeros ni se apuntan en la lista, atacan a los pocos que se apuntan y riñen entre los pocos que sí se apuntaron, pues se pelean por atender a los miles de enfermos ellos solos.

  Cooperemos todos a no hacer más grande la grieta. La humildad y mansedumbre son importantísimas. La caridad es lo más grande.

  Como decían antiguamente la gente muy muy pobre: una caridad por el amor de Dios, necesitamos enfermeros excelentes que nos den la medicina del alma. Su paga será la más extraordinaria que pudieran jamás soñar: ¡Ver a Dios cara a cara y el gozo de poseerlo!

  Y así, después de haber hecho lo que tenían que hacer, tengan la seguridad de que su nombre SÍ ESTARÁ EN LA LISTA!!!!

Atentamente los cientos de fieles católicos que quieren salvar su alma y agradecerles por una eternidad al haber colaborado a que lleguemos a la meta final.