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jueves, 16 de junio de 2016

El Matrimonio Cristiano Mons. Tihamér Toth (Continuación)






Preguntamos a cualquiera antes de casarse: “Dime, ¿por qué quieres casarte?” -¿Por qué? Para ser feliz. Y precisamente este concepto rastrero, superficial del matrimonio, es muchas veces la causa de tantas tragedias familiares. 

Solamente quien acoge el sufrimiento como parte del matrimonio, piensa rectamente del mismo. La alfombra persa de la vida matrimonial feliz no se teje tan sólo con los hilos claros de la alegría y del placer, sino también con los colores más oscuros del sufrimiento, de la autoridad, de la disciplina, de la indulgencia y del perdón.

  Habrá muchas ocasiones en la vida que habrá que estar dispuestos a renunciar a muchas cosas o gustos, a contentarse con poco… ¿Qué esposos serán capaces de ello? Solamente aquellos en quienes esté presente el amor de Cristo crucificado. Los que no aprendieron de Cristo a renunciar a su propia voluntad por cumplir la Voluntad del Padre, no podrán superar estos momentos difíciles y, por tanto, no podrán salvaguardar la felicidad conyugal.

  Y no olvidemos que al pie de la Cruz está siempre la Madre del Redentor. Junto al culto al Crucifijo, la devoción a la Virgen.
  ¡Qué gran modelo es María para los esposos! ¿Qué les enseña? Ella es modelo de olvido de sí por el amor al prójimo. No hay más que verla después de la Anunciación, cómo se olvida de sí, de su propio cansancio, y peregrina a pie, atravesando montes y valles, movida únicamente por el afán de ayudar a su prima Isabel que está embarazada de Juan Bautista.

  Ella sabe aceptar con espíritu de fe y obediencia la gruta de Belén y las privaciones de la huida a Egipto. Ella sabe estar de pie junto a la cruz en que agoniza su divino Hijo.

  Todas estas son lecciones que se sacan de contemplar el crucifijo, lecciones enormemente necesarias para la vida matrimonial. No se puede aspirar a la santidad si no se tiene como modelo a Jesucristo crucificado. Los esposos deben ayudarse mutuamente sobre todo en esto.

  Ojalá un día puedan decirse los dos esposos, el uno al otro:
  “A ti te debo el haber alcanzado la vida eterna”.
Reconozco que no es empresa fácil ser feliz en el matrimonio. Reconozco que realmente no es cosa fácil ser una buena esposa. ¡Recibir al esposo, por muy cansado y malhumorado que llegue, con amabilidad, con una sonrisa! Tratar de agradarle todo lo más posible…

  Por más llorón que sea el niño y por muchas travesuras que haga el mayorcito, ¡cuidarlos y educarlos a todos con suma paciencia y amor!

  ¡Y para colmo, hacer la comida! ¡Y cuidar de la casa! ¡Y tratar de economizar lo más posible! Y lavar y coser…! ¡Realmente no es cosa fácil ser una buena esposa!

  Tampoco es cosa fácil ser buen esposo. ¡Tratar de conseguir el dinero para solventar las necesidades más apremiantes! Comprar ropa a los niños, pintar la casa, pagar el colegio… Y por muy ocupado que esté, encontrar tiempo para hacer vida de familia, para estar a solas con la esposa… Y, por muy cansado que esté, olvidarse de sí mismo y no quejarse si la comida tarda un poco, no quejarse si el plato no ha salido a las mil maravillas, educar con paciencia a los muchachos, siempre traviesos…

  Realmente no es tarea fácil ser buen esposo.
  Pero si no es fácil ser buen esposo, ni lo es ser buena esposa, ¿qué hay que hacer para serlo? Ante todo asegurarse la ayuda de un Tercero, mucho más poderoso: la ayuda de Dios omnipotente y fuente de amor.

  ¿Cuál es el secreto del matrimonio feliz?
Dos caminos humanos que se encuentran en Dios; dos destinos humanos que se unen por la voluntad de Dios, dos corazones humanos que laten al ritmo de Dios, dos vidas humanas fundidas por la providencia de Dios… He ahí el secreto del matrimonio feliz.

  Conocí a una madre que se quedó viuda a la edad de treinta y un años, con cinco hijos, de nueve años el mayor, y de dos el pequeño.

  La joven viuda no se arredró ante las dificultades de la vida. No se pueden contar los sacrificios, pesares, trabajos y preocupaciones que hubo de soportar durante muchos años para educar a sus hijos.
  Pero llegó a educarlos…

  Uno de ellos es el autor de este libro.
  Y si alguno de mis lectores, gracias a mis líneas, se ha acercado un solo paso a Dios, le suplico ahora encarecidamente que rece un Avemaría por mi madre inolvidable,de bendita memoria.

  No serán las conferencias internacionales las que salven al mundo, ni las máquinas, ni las asociaciones, ni los Estados, sino los padres y las madres que viven la santidad en el matrimonio.

      Ojalá un día puedan decirse los dos esposos, el uno al otro: